«Cuando creo desde el corazón casi todo funciona; si es con la cabeza, casi nada» (Chagall)
Antes de adentrarnos en el relato, no se asusten, esto no es una biografía de Chagall. Vamos a componer un Chagall a trazos, con su propio estilo: narrativo, a veces inconexo y lleno de amor y color. ¿Cómo lo contaría el propio Chagall? Probablemente igual que nuestras abuelas nos contaban las historias: sonaban sobrenaturales y fantásticas, pero con total naturalidad.
Entramos en la pequeña sala de sus pinturas rosas («Las Cánticas») y en el grupo se hizo un silencio absoluto. Estábamos asombrados. Tuvimos la impresión que los lienzos estaban retroiluminados. Fue un sensación sobrenatural, duradera… y falsa: cuando hablamos de la luz interior de un lienzo no es una frase hecha. (del viaje a Niza en septiembre de 2017, Museo Chagall).
Cuando uno topa con una obra en que la luz surge del propio lienzo sucede algo inesperado: se siente ingravidez. No sé si se apagan los sentidos o se activan todos a la vez. Y no se olvida jamás: no perdura como objeto, sino como presencia. A menudo me gusta acercarme a una obra con el intelecto (el poco que me queda) desconectado. Busco un acercamiento más espiritual, más primitivo, sin prejuicios, para dejar que la obra me sorprenda como a un niño y penetre en mi interior, porque el Arte es por encima de todo una experiencia. Cuando esa primera impresión sacude fuerte y se hace imborrable uno sabe que está delante de una obra maestra. Y Chagall emociona profundamente.
Analizar la obra de Chagall solo desde un punto de vista pictórico es imposible, porque su pintura tiene una dimensión adicional: la razón poética. Sus lienzos con temas yuxtapuestos en manchas de color, sin conexión alguna, son inimitables, porque en las manos de cualquier otro pintor serían un disparate, un «pastiche». Es la poesía inherente a Chagall la que trenza el relato y transforma una composición imposible en una obra de extraña y profunda belleza. Y el amor es la argamasa que une todo; es la revolución del optimismo.
Después, y solo después, surgen las preguntas: el mensaje de la obra, la técnica, las circunstancias, el simbolismo… Lo expresó años más tarde Haruki Murakami: «No quiero que entiendan mis metáforas ni el simbolismo de la obra, quiero que se sientan como en los buenos conciertos de jazz, cuando los pies no pueden parar de moverse bajo las butacas marcando el ritmo«.
1.- La composición caleidoscópica, con perspectiva libre, y su personal paleta de colores ya se revelan recién llegado a París. Mi aldea y yo, 1911, MoMA.
2.- Los amantes en rosa, 1916, col. Tchounovskaya de San Petersburgo.
Frente a los éxtasis sobre el cielo que pintará después, aquí retrata una escena de recogimiento, Bella y él fundidos en un abrazo de gran emotividad. Es fascinante el color rosa, sin edulcorantes, que nos sugiere un universo interior de serenidad, aunque en realidad el único color de su paleta es el amor : «Si toda vida va inevitable hacia su fin, debemos, durante la nuestra, colorearla de amor y esperanza« (Chagall en «Mi Vida«).
3.- «Solo debía abrir la ventana de mi dormitorio y fluían hacia adentro el aire azul, el amor y las flores con Bella«. «París desde mi ventana» 1913, Guggenheim NY.
4.- «El paseo» 1918. Museo Ruso, San Petersburgo. Esta pintura inspiró un alud de comentarios fascinantes en facebook, cito algunos:
Radamés Isea Romero: Me fascina. Esta obra evoca alegría, fuerza y dicha. El colorido, la luz y brillo de las flores, nos transportan a un estado de bienestar. Es como estar en presencia de una danza.
Belem Trompet: Hay una pureza en sus obras que desarma. Como sus personajes ingrávidos, moldeados por el viento.
Lis Alamo: Transparenta el alma del artista
Flora Mía Cishe: Qué belleza! Me produce casi felicidad!
Javier Fabiani: La irrealidad de la belleza. Es digamos surrealista, son tres pinturas en un cuadro, todo una obra onírica. No conozco a los artistas, pero sí a Kafka.
Sanahuja Blues: La sublime intención de volar.
Núria Mas: Tot el que està fet amb amor conté una bellesa indestructible.
Sonia Rull Giner: Chagall tiene esta dulzura e ingenuidad que enamora!
Nieves Ginto Martínez: El baile como idioma universal!
Mamen Uría Araujo: Cuando veo sus obras no puedo más que sentir que contemplo un sueño delicado, con colores que envuelven y calman, que tranquilizan, que ayudan a imaginar y a sentir nuestras propias ilusiones.
Es oportuno recordar que Chagall llega a París en la primavera de 1911, desde su Vitebsk natal, pasando por San Petersburgo donde estudia pintura y donde le llegan noticias -incluso alguna obra- del arte moderno que se cocinaba en París: los Impresionistas habían triturado el academicismo con unas propuestas tan deslumbrantes que ya no habría vuelta atrás.
Llega a París en busca de las novedades del postimpresionismo, pero en la vorágine de los «ismos» aquello ya es pasado. Chagall queda alucinado hasta el delirio con Matisse y el nuevo color de los «fauves« (las fieras salvajes, como les bautizaron en el Salón de Otoño de 1905 antes de ser invitados a descolgar sus obras). Irrumpe también una nueva tendencia, el cubismo, que cambia por completo la sintaxis de la perspectiva. El triángulo Matisse-Picasso-Chagall explica en gran medida el devenir del arte moderno. No puede ser casual que sin haber entablado una gran amistad, pues en lo personal cada uno había mamado leches muy distintas, los tres se mudaran en su madurez a los alrededores de Niza y compartieran tertulia en el Cafe de la Place de Saint-Paul-de-Vence («Cuando Matisse muera, solo Chagall sabrá lo que es el color«, Picasso).
Volvamos al París de 1911. Chagall queda desbordado por un sinfín de estímulos, no solo por el Arte: la ciudad está en plena transformación urbanística, sus Exposiciones Universales muestran un mundo nuevo, se extiende la electricidad, el automóvil comienza a adueñarse de las calzadas y aparece una nueva arquitectura dominada por la construcción con hierro. La Torre Eiffel se eleva como metáfora del propio asombro.
A Chagall le sucede como a Miró (y no será su único paralelismo, como veremos después): abrumado por las novedades en una ciudad extraña y sin apenas hablar francés, los temas de su pintura se encierran en una vista atrás, a todo lo que había dejado en Vitebsk, su infancia, la comunidad campesina, las tradiciones judías… El estilo de Chagall toma forma en ese momento y también su iconografía, propia de un hechicero de fantasías.
Se instaló en Montparnasse, en el edificio «La Ruche» (la colmena, porque los talleres de artistas estaban dispuestos como alveolos alrededor de la escalera central), que aún existe y que había sucedido al Bateau Lavoir de Montmartre como residencia/taller de locos veinteañeros muertos de hambre. Sobre el Bateau Lavoir lean, si lo desean, «Montmartre canalla, el fin del arte de academia»
En «la Ruche» coincide con Fernand Léger, Soutine, Brancusi, Maria Vorobeiff («Marevna«), Modigliani… todo París era una fiesta creativa y Chagall tiene una virtud adicional: se empapa de aquella efervescencia de creatividad sin perder su propio rumbo, sin contaminarse.
El lenguaje de Chagall es una extraña combinación de poesía, amor, pasión por la vida y un puñado de profundas cicatrices. Y sobretodo el deseo de libertad, como sus personajes ingrávidos moldeados por el viento. «Pensar libremente significa también distanciarse del cuerpo. Salir de esa jaula que te limita. Romper las cadenas y simplemente darle alas a la mente» (de nuevo Murakami).
Su narrativa goza de una libertad estructural fascinante, sus personajes mantienen una relación muy estrecha con el mundo sobrenatural y no le supone el menor problema mezclar a los vivos y a los muertos. «Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que solo sueñan de noche» (esta vez Allan Poe).
En su obra no existe principio, nudo y desenlace. El tiempo va y viene, es circular … y puede detenerse. Es el sello fascinante de su composición: el caleidoscopio.
1.- En «Autorretrato con 7 dedos» 1913, Stedelijk Museum, Amsterdam, coquetea con el cubismo en la geometría y desarticulación de la figura.
Es su primer autorretrato, con 25 años, y en él se conjugan su nostalgia de Vítebsk (en el caballete) y su pasión por París, con la Torre Eiffel visible en la ventana. ¿Los 7 dedos? aluden a que trabajaba sin descanso en su pequeño estudio de Montparnasse, no daba abasto.
2.- «Ventana sobre el jardín» 1917 , Museo Brodsky, San Petersburgo.
En 1914 regresa a Vítebsk para casarse con Bella Rosenfeld y allí nace su hija Ida. Ya empapado en la locura creativa de París pinta esta perspectiva libre de la casa familiar, mientras arranca el bramido de la Revolución rusa.
3.- «Ventana sobre la isla de Brehat» 1924, Kunsthaus de Zürich.
¿Puede un lienzo tener belleza interior? En esta época conoce el paisaje francés y realiza una serie de obras singulares en su trayectoria, bellísimas. Según la leyenda este lienzo fue pintado desde la casa del corsario Fleury, pero esa es otra historia…
4.- Les mariés de la Tour Eiffel, 1938, Centro Pompidou, MNAM, París.
La obra presenta un doble retrato de la pareja, en Vítesbk y en París, mientras su hija Ida, flotando, les entrega un ramo de flores.
El color está inseparablemente ligado a la composición del lienzo, caótica a primera vista. Es un río de aguas bravas, poderoso, con intrincados remolinos y puertas que nos trasladan a universos paralelos. Chagall es muy narrativo, pero lo hace por yuxtaposición de motivos a menudo inconexos que se trenzan a través de la razón poética.
5.- «La Virgen de la aldea» (1938 – 1942) Museo Thyssen, Madrid.
Cuatro años estuvo trabajando en esta obra. La comenzó en París en 1938. Siguió en sus refugios temporales de la Provenza (Gordes y Marsella) ante el avance nazi. Cuando consiguió escapar a Estados Unidos, cruzando España y Portugal, esta tela fue una de las pocas cosas que se llevó bajo el brazo, para darla por finalizada en 1942 en Nueva York.
¿Un artista de origen judío pintando Vírgenes cristianas? Los espíritus libres no entienden de ortodoxias, como veremos en el Capítulo sobre su Simbología. Esta Madonna vestida de novia, flotando en su universo de fantasía, me parece una de las obras capitales del arte moderno.
Cuando en el viaje a Niza nos vimos rodeados por «Las Cánticas» no habíamos entrado en la sala de un museo, sino en el Universo de Chagall, que une lo visible y lo invisible con la sutileza y la inteligencia de un poeta. «Bajo su impulso, la metáfora hizo su entrada triunfal en la pintura moderna» (André Breton). Quizá es esta razón poética la que nos transporta, la magia que nos lleva a la ingravidez.
Nos quedó pendiente la segunda similitud con Miró: la sonrisa y la mirada cristalina, incorruptas, con la inocencia de un niño, en su madurez. Quizá después de una vida artística en la que se dejó llevar por su instinto y voló con él . Sin combatir contra las reglas, con absoluta naturalidad, dió a luz a la revolución del optimismo.
Próximos capítulos:
La Simbología de Chagall.
Chagall y la Ópera.
Bella Rosenfeld.
Texto revisado y corregido por Pedro Riera.
Premio Edebé de literatura juvenil, con quién publicó la ya célebre trilogía «Hombre lobo».
Su obra más reciente es el libro-cómic «Intisar en el exilio» el retrato de una mujer moderna yemení, Ed. Astiberri.