(Para ser eternos)
Por Francesc Miralles, viajero infatigable, escritor, filólogo, traductor y periodista (El Pais semanal y Mentesana).
Autor entre otros muchos de Cafè Balcànic, El Laberinto de la Felicidad ó AMOR EN MINÚSCULA, traducida ya a 20 idiomas, que esta primavera tuvo su continuación, ocho años después, con WABI-SABI, una maravillosa novela sobre la belleza de la imperfección y de lo efímero.
Acaba de publicar en Editorial Comanegra «La Lección Secreta», un viaje inesperado hacia el arte de vivir. Puedes seguirlo en su blog : http://www.francescmiralles.com/ [divider]
Mirando hoy viejos libros de arte moderno, he recordado una época, a partir de los 18, en los que estuve leyendo libros sobre la pintura y escultura del siglo XX.
Para aquel entonces, mis pintores favoritos ya eran Paul Klee, Odilon Redon y Segantini. Para mí los tres son pintores de sueños, aunque en el caso del tercero eso se muestra sólo en cuadros como El castigo de las lujuriosas, donde aparecen unas etéreas mujeres flotando sobre la nieve.
Al estudiar con detalle el arte del siglo pasado, me llamó la atención Piet Mondrian. A simple vista, los cuadros de su madurez se componían solo de líneas y cuadrados en rojo, azul, amarillo y negro sobre fondo blanco, pero su visión me causaba una emoción especial, como si el artista hubiera reducido a su esencia una realidad profunda que no puede captarse con la mente en mode normal.
Luego, leyendo un artículo sobre el pintor holandés, el crítico consideraba que su obra refleja las tensiones entre lo espiritual (las líneas verticales, de la Tierra al Cielo) y lo mundano del ser humano (la horizontal, el paso del tiempo).
«Dos líneas: una vertical y una horizontal.
La vertical es la de la muerte y la de lo que está por nacer,
y conduce del cielo a la tierra.
La horizontal es la línea del mundo,
de la actividad, del intercambio, de la comunicación.
Donde se encuentre que las dos se cruzan,
allí está el centro del mundo.»
Para mí es una descripción magistral de lo que somos: caminamos por la horizontal de la vida aprendiendo lecciones, conociendo unas almas, despidiendo a otras… pero no dejamos de mirar al cielo, al infinito, porque el ser humano no se conforma con ver pasar el tiempo y la vida. Busca trascendencia y, dado que no es inmortal, aspira a que al menos algunos de sus actos le sobrevivan.
Por eso transmitimos nuestro espíritu a nuestros hijos y creamos obras de arte; en suma, proyectamos nuestros sueños para que otros recojan el testigo y ser entre todos un poco eternos.
Artículo de Francesc Miralles