«Para llegar a ser inmortal, una obra de arte debe escapar de todos los límites humanos: la lógica y el sentido común sólo interferirán, pero una vez que estas barreras se rompan, entrará en el reino de la visión y el sueño de la infancia» (Giorgio De Chirico).
Esta frase que el naciente surrealismo haría suya, nos sitúa en el pensamiento y obra que el propio De Chirico definió como metafísica (“nosotros los metafísicos hemos santificado la realidad«), como objeto de estudio de lo inmaterial.
De Chirico reconoció tres influencias esenciales que conforman su obra: primero la Secesión de Múnich (que después daría lugar a las de Viena y Berlín). El propio autor manifestó: «La pintura muniquesa de principios de nuestro siglo (…) hizo nacer en París todos los géneros que después inundaron el mundo«.
En segundo lugar el pensamiento de Nietzsche y Schopenhauer:
«La novedad de Nietzsche es una extraña y profunda poesía infinitamente misteriosa y solitaria que se funda en la atmósfera (stimmung) de la tarde de otoño, cuando el tiempo es claro y las sombras más largas que durante el verano, porque el Sol comienza a estar más bajo. Esta sensación extraordinaria es propia de las ciudades italianas y de algunas mediterráneas como Niza. Pero la ciudad por excelencia donde aparece este fenómeno excepcional es Turín» escribió.
De ahí entendemos su creación de atmósferas a modo de presencia absoluta, donde se detiene el tiempo, con una luz cruda, y la ausencia de la figura humana que sustituye por sombras alargadas o fantasmas sin vida en forma de maniquís. Su luz es la luz de Schopenhauer y Nietzsche, que después impregnará todo el arte contemporáneo.
En tercer lugar, su amor por el pasado clásico. Retoma la pintura figurativa renacentista y lleva al extremo su perspectiva.
La conjugación de todo ello da lugar a una obra original y personalísima en la década de 1911 a 1920; los paisajes urbanos de Giorgio de Chirico son escenografías para colecciones de objetos y símbolos desordenados, al mismo tiempo paisajes y naturalezas muertas. El escenario de un sueño, un espacio misterioso y silencioso, congelado: la ciudad como un estado mental.
En esta tesitura onírica trata temas propios del clasicismo: tragedia, enigma y melancolía, con imágenes de gran impacto por su claridad y estilo contenido, directo y sencillo que después retomará Magritte.
Cuando las vanguardias, no solo el surrealismo, sino también aquellas que aportaban grandes innovaciones estéticas y formales, aplaudían la originalidad de su obra, sus revelaciones, de Chirico dio un cambio radical a partir de los años 20, adentrándose en un clasicismo personal llamado «arquitectura silenciosa«. A menudo renegó de su obra anterior, incluso tachando de falsos algunos de sus lienzos. Un cambio que se ha relacionado con un carácter hermético, individualista, quizá soberbio, que le llevó a alejarse instintivamente de toda escuela o movimiento, incluso del que él mismo inspiró.
Giorgio De Chirico