Los Girasoles de Van Gogh, como nunca se los habían explicado

Metropolitan NY

Intro: Ustedes ya conocen la historia de Van Gogh así que iré al grano y me centraré en algunos aspectos menos conocidos. La genial serie de girasoles, auténticos autorretratos psicológicos, nos servirán de hilo conductor.
Pero el final tal vez les sorprenda, porque siempre se obvia el rol de una mujer valiente y emprendedora que fue clave en la historia: Johanna Van Gogh.


París, Montmartre, noviembre de 1887:

En el restaurante «Le chalé» Van Gogh ha expuesto sus cuatro estudios preliminares de «Los Girasoles«, ante la indiferencia general, cuando no la mofa, hasta que en entra en el comedor Gauguin. Se fija en aquellos extraños bodegones… no por la pintura en sí sino por las flores: Gauguin es medio peruano y allí el girasol es una flor emblemática. Al acercarse a los lienzos, su ojo profesional y libre distingue una técnica depurada y un estilo original «¿quién es el loco que pinta girasoles?».

Así se conocieron Gauguin y Vincent. Al holandés le fascinaba Gauguin, un artista valiente y revolucionario al que veía como el buscador peregrino por excelencia. Se refería a su estilo como «alta poesía». Que Gauguin valorara su obra fue un shock y su admiración por él pasó a ser devoción, regalándole dos de aquellos cuatro girasoles.

Aquellos cuatro lienzos eran estudios previos de los bodegones posteriores, sin el jarrón que incorporaría después, con las flores cortadas y marchitas, nunca mejor dicho «naturalezas muertas». Ya se adivina su estilo, su pincelada gruesa y desordenada, húmeda dando relieve a los pétalos, con toques casi puntillistas para los detalles y unos colores únicos con innovadores espectros de amarillo y fondos impensables.

Al mudarse a París en 1886, al apartamento de su hermano Theo, Vincent descubrió los impresionistas y su nueva paleta de colores. La industria del pigmento se había transformado durante el s. XIX consiguiendo tonalidades de mayor pureza e intensidad, que los pintores anteriores sólo podían soñar, y aquella novedad en manos de los genios del impresionismo transformó la pintura. El amarillo de cromo, poderoso y vivo, quedaría para siempre asociado a sus girasoles y sus paisajes, y no solo a su obra también a su temperamento. Con él en su paleta y sobre el lienzo en húmedo, consiguió unas tonalidades irrepetibles.

Tras impregnarse de la obra impresionista, Vincent encontró que su temática era miope: aunque de forma novedosa, representaban el mundo tal como era. Él quería ir más allá y plasmar la realidad con una dimensión simbólica y para ello nada mejor que los bodegones de girasoles: Para Van Gogh, un tema tan simple como dos girasoles estaba cargado de simbolismo. Por un lado, en la tradición religiosa holandesa eran símbolo de devoción, al seguir la luz como el alma puede seguir la de Cristo («yo soy la luz del mundo, aquel que me siga no andará entre tinieblas»). Por otra parte, Vincent «sentía» los colores, es la «sinestesia», como asociar un sabor a una música, y el amarillo representaba su mundo interior.

Como es bien sabido, Van Gogh se trasladó a Arles en busca de la luz de la Provenza e invitó a Gauguin. No se trataba solo de romper su terrible soledad compartiendo estudio, en su mente había otro propósito: Quería crear una hermandad de pintores con objetivos artísticos comunes; compró doce sillas y guardó para Gauguin el papel de líder de la nueva escuela. Van Gogh estaba entusiasmado con esta idea, pintaba frenéticamente, quería impresionar a Gauguin cuando llegara.

«Con la esperanza de llegar a vivir con Gauguin en nuestro estudio, quiero pintar una serie de cuadros. Nada más que grandes girasoles… Si llevo a cabo mi plan, pintaré una docena de cuadros. El conjunto es una sinfonía en azul y amarillo. Trabajo todos los días desde que sale el sol. Porque las flores se marchitan enseguida y hay que pintarlo todo de una vez.» (carta a Theo)

En este breve periodo (verano de 1888) pintó alguno de sus mejores lienzos: «La habitación de Arles«, «La casa amarilla«, los más celebres retratos del cartero Joseph Roulin  -la única persona de Arles con la que tenía relación; de la treintena de retratos que pintó allí, veintitrés fueron del cartero y su familia- y en agosto de 1888 las otras cuatro versiones de los girasoles en una serie que me atrevo a calificar de autorretratos psicológicos: Su espíritu está en cada pincelada y evoluciona como su propia vida. Si en todas hace añicos las teorías del color, en la última -la más célebre, la de la National- consigue lo imposible: unas tristes flores amarillas sobre fondo amarillo componen uno de los lienzos más hipnotizadores de todos los tiempos. Con detalles inolvidables, como su firma en azul cobalto que parece formar parte de la decoración del jarrón. Vincent pintó doce flores y después añadió otros dos girasoles sobre el fondo ya seco: los dos marchitos caídos a lado y lado, tal vez porque pasaba el tiempo y no tenía noticias de su amigo.

Gauguin no tenía ninguna intención de ir a Arles, él quería ver mundo y no establecerse en un pequeño pueblo perdido en el sur de la campiña francesa. Y entonces Theo cometió un error funesto: para paliar la soledad de su hermano y sabedor que Gauguin estaba arruinado, le «forzó» a ir a Arles ofreciéndole dinero a cambio.

Al principio las cosas funcionaron, lo primero que le mostró Vincent fue su lienzo de catorce girasoles y Gauguin le hizo el mejor halago: le pidió que se lo regalase. Pero el carácter de ambos era fuerte e incompatible e incluso artísticamente tenían conceptos diferentes. Gauguin le reprochaba a Van Gogh que utilizase siempre un modelo, incluso para pintar «unos malditos girasoles»: «no dependamos tanto de lo que vemos, seamos libres, como un compositor cuando escribe música«. Llegó el invierno y muchas horas de encierro claustrofóbico de dos genios libres. El desastre fue inevitable y acabó con la automutilación más famosa de la Historia del Arte.


(Un documento excepcional: la única fotografía existente de Vincent y Gauguin juntos. Fue tomada en Montmartre en 1887. ¿Los reconocen?
Desde la izquierda, el segundo es Emile Bernard; a su lado Van Gogh sentado con pipa, de pie André Antoine fundador del Teatro Libre de París y en el extremo derecho Paul Gauguin).


Pero lo peor aún estaba por venir, Van Gogh no solo se había quedado otra vez solo. Su sueño de la hermandad de artistas, con Gauguin como gran maestro, una comunidad de pintores revolucionaria, se había roto en pedazos.  Y su lucha por la salvación del alma a través de una pintura que pasara a la posteridad, la justificación de toda su vida, se fue apagando. Vincent se había consumido en la pelea, en la bebida y en las interminables jornadas pintando húmedo sobre húmedo, en que la obra se completa en una sola sesión, con furiosos empastes que no se pueden corregir.

«Es algo ya definitivo: y mi impulso por fundar algo muy simple pero duradero, me había ilusionado tanto. Ha sido luchar contra fuerzas mayores; o más bien ha sido debilidad de carácter por mi parte, porque me quedan remordimientos graves, difíciles de definir. Yo creo que esto ha sido la causa de que haya gritado tanto en las crisis: que yo quería defenderme y ya no podía más » (Carta a Theo, abril de 1889).

Y después se desmoronó: «La verdad es que sólo podemos hacer que sean nuestros cuadros los que hablen… En un momento en que las cosas están muy tirantes entre marchantes de cuadros de artistas muertos y de artistas vivos. Pues bien, en mi trabajo arriesgo mi vida y mi razón, destruida ya a medias» (última carta, que no llegó a enviar).

Se lanzaron girasoles sobre su ataúd.

Sabemos como acabó la historia, Theo falleció seis meses después que Vincent, empobrecido por el irreductible patrocinio de su hermano. Después la obra de Van Gogh fue reconocida y encumbrada al nivel que merece ¿colorín, colorado?. Theo tenía almacenadas unas dos mil obras de Van Gogh. Vincent pintaba y enviaba, Theo las almacenaba ya sin esperanza ¿se dieron a conocer por arte de magia? Habitualmente se olvida el empeño de quien perseveró hasta conseguirlo: Johanna Van Gogh, la joven viuda de Theo.

Johanna empezó a leer las cartas de Vincent a su marido y se interesó por aquel hombre extraordinario. Se enamoró de su obra, que se amontonaba -literalmente- por todos los rincones de la casa (que daríamos por verlo: «estos girasoles no me caben entre la noche estrellada y el trigal con cuervos»…). Fascinada por aquellas cartas decidió continuar la labor de su esposo Theo. No sabía nada de Arte ni de su mundillo, pero tenía instinto y perseverancia. Consiguió que la obra fuera conocida y que la fama de Van Gogh fuera creciendo poco a poco, a lo largo del tiempo y con gran visión. Sin Johanna la obra de Vincent no se hubiera descubierto. Diez años después podemos decir que había cumplido su objetivo: empezaron a proliferar las falsificaciones….

Gauguin no los falsificó, por supuesto. Ya exiliado en Tahití pidió que le enviaran semillas de girasoles. Los plantó y cuidó hasta que crecieron y entonces los pintó en un explícito homenaje al genio con el que no pudo congeniar.

PS: Van Gogh pintó tres copias de los girasoles. Después de abandonar Arles, Gauguin, como si tal cosa, le reclamó por carta la obra de los catorce girasoles que Vincent prometió regalarle. Éste le contestó: » Mi intención, después de lo sucedido, es la de negar categóricamente tu derecho al lienzo en cuestión. Pero como aplaudo tu inteligencia al haber escogido este cuadro, haré el esfuerzo de pintar dos copias, para arreglarlo de forma amistosa.» Son las piezas novena y décima de la serie que están en el Museo Van Gogh y el Museo de Arte de Tokio. Si me lo permiten diré que copió la composición, pero la magia de color del original ya se había apagado.
Pintó también una copia de la versión con doce girasoles (fondo azul) que alberga el Museo de Arte de Filadelfia.

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