¿Somos humanos porque miramos las estrellas, o miramos a las estrellas porque somos humanos? (Neil Gaiman)
En un periodo de profunda depresión, Joan Miró decidió mirar al universo y pintó sus «Constelaciones«.
Miró se refugió en 1939 en Varengeville-sur-Mer, un pequeño pueblo de la costa de Normandía, huyendo de París ante la amenaza nazi. «Sentía un profundo deseo de huir. Me encerré deliberadamente en mí mismo, lo veía todo perdido«, escribió.
Levantó entonces su mirada al cielo nocturno, primero como evasión, después para encontrar respuestas a sus anhelos. En su aislamiento, no quiso otro techo que no fuese la bóveda celeste.
En aquellas eternas noches, entre la música y las estrellas, Miró se liberó de todos los «ismos» y surgió el artista en estado puro.
«Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que eres puro por dentro, y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz.” (del diario de Ana Frank)
En el cobijo de Varengeville y con el apremio de la huida, se encontró sin apenas material para pintar.
No es nuevo que la carencia de medios agudiza la creatividad, que se nutre a menudo de la necesidad. Miró disponía de un pequeño álbum de papel, un estuche de acuarelas, gouaches y algunos pinceles.
Mientras pintaba una página, limpiaba los pinceles en la siguiente con trementina. Al no poder prescindir de ninguna, utilizaba la superficie manchada de la segunda página como fondo de una nueva pintura, con una textura rugosa que inicialmente fue casual y después pasó a incorporar como parte de su técnica, añadiendo transparencias.
Sobre este fondo (un espacio cromático de ingravidez que disuelve la realidad) los colores primarios puros adquirían vida propia.
Las Constelaciones son, pues, obras sobre papel de pequeñas dimensiones: 38×46 cm, el formato de aquel álbum.
Sobraba tiempo, crecía la inspiración y faltaba material, por lo que Miró dedicaba un mes a cada composición, que sustentaba además con títulos profundamente poéticos «ya no me quedaba en el mundo nada más que la poesía«, escritos en francés al dorso de cada obra. Una suite de veintitrés pinturas iniciada en enero de 1940 en Varengeville-sur-Mer y finalizada en 1941 entre Mallorca y Mont-roig.
Cuando los nazis bombardearon Dieppe la familia Miró decidió volver a España. Llama la atención la continuidad de la serie frente a las adversidades , lo que muestra la profunda convicción de Miró en su lenguaje.
Escribió en una carta a Matisse: «Sigo trabajando en las pequeñas pinturas que son cada vez más elaboradas y concentradas. Espero estar en forma y ser capaz de mantener esta tensión espiritual hasta que acabe la serie, que espero que sea muy hermosa.
Al mismo tiempo estoy preparando otras cosas… Esta larga estancia en el campo me ha hecho mucho bien, esta soledad me ha enriquecido enormemente. Espero tener suficientes años de vida por delante para realizar la parte más importante de mi proyecto«.
Pequeñas en tamaño, componen una de las series más singulares, audaces, armónicas y poéticas de la historia del arte.
En ese momento, con un sentido de la composición y el equilibrio sublimes, Miró alumbró la simbología que ya le acompañaría siempre: la mujer, los astros y los pájaros, que representan el orden del cosmos: la tierra, el universo y los pájaros como unión entre ambos.
Desde entonces su obra nunca desligó materia y espíritu, en equilibrio. Con el tiempo evolucionó su mirada: al principio observaba directamente el cielo, después buscó atrapar la imagen del firmamento reflejada en el agua y finalmente la halló en su interior («No busques fuera de ti, el cielo está adentro«, Mary Lou Cook)
Joan Punyet Miró, nieto del artista e historiador de arte, lo describió así:
«Las Constelaciones son una escapada a lo sublime. Son una ida hacia la energía. Hacia el universo. Son una puerta para irse de una guerra circunstancial, de un genocidio, de una brutalidad, de una tontería. Las Constelaciones son decir: mi único salvador en esta tragedia mundial es el espíritu, es el alma que me lleva hacia el cielo. Que me lleva hacia lo sublime. Es como si Miró fuera un pájaro nocturno capaz de evadirse de la tierra, viajar por el cielo, los astros, por las constelaciones, capturarlas todas con una mano, volver a la tierra y dibujarlas sobre una hoja de papel«.
En 1993, año del centenario del nacimiento del artista, Carolyn Lanchner consiguió por única vez reunir los 23 gouaches para la retrospectiva «Joan Miró» en el MoMA de NY. Ahora las reunimos por primera vez en el metaverso, para Ustedes.
Las Constelaciones son de una originalidad arrebatadora. Solo pueden establecerse dos paralelismos:
Uno con Alexander Calder, quien -casualmente y desde el otro lado del Atlántico- realizó en 1941 una serie de esculturas que más tarde se bautizarían como «Constellations«. Después Calder y Miró se considerarían a sí mismos almas gemelas.
Más sugestiva y profunda es la relación entre la visión de Miró y la de otro genio capaz de plasmar poesía sobre el lienzo… Kandinsky.
Pero todo ello lo vemos en la 2ª Parte: Miró y Kansdinsky. Las Constelaciones, 2ª Parte
Créditos: Texto revisado y corregido por Pedro Riera.
Premio Edebé de literatura juvenil, con quién publicó la ya célebre trilogía «Hombre lobo».
Su obra más reciente es el libro-cómic «Intisar en el exilio», el retrato de una mujer moderna yemení, Ed. Astiberri.