Van Gogh: La Piedad, después de Delacroix

Septiembre de 1889. El mal tiempo arrecia en Saint-Rémy de Provence. Van Gogh se refugia dentro del asilo-Monasterio de Saint-Paul de Mausole después de pintar unos inolvidables paisajes veraniegos, los últimos de ellos «en medio de las sacudidas impetuosas del mistral, hasta he tenido que atar el caballete a una roca«.

Al abrigo del tempestuoso otoño, en un cobijo también espiritual, Vincent se inspira en algunas de sus pinturas favoritas, que conserva en estampas colgadas en su habitación. Entre ellas destaca la reproducción de «La Piedad» que Delacroix pintó hacia 1850 (National Gallery de Oslo, Noruega).

El místico Van Gogh nunca había pintado a Jesucristo.

Curiosamente, Gauguin y sus nuevos compañeros de la escuela de Pont Aven en Bretaña (Émile Bernard, Paul Sérusier…) sí estaban pintando escenas de Jesús (Gauguin llegó a autorretratarse como Jesús en «El Cristo amarillo»).

Quizá por casualidad o sincronía cósmica, Vincent decide reproducir «La Pietà» de Delacroix, «una obra hermosísima y grandiosa -había escrito- Delacroix es un pintor con un huracán en el corazón«.

Admira de él especialmente el tratamiento del color, aunque irónicamente la estampa que posee es en blanco y negro.
Trata de recordar los colores de «La Pietà» original, aunque su estado de ánimo le lleva a una paleta de azules, con un perfume de amarillo en el cielo.

La composición es especular (inversa) al original de Delacroix, a quien cita junto a la firma. La escena se sitúa en la entrada de una cueva que representa la entrada del Sepulcro.

 

Van Gogh utiliza una pincelada rápida, que vibra como la cuerda de un violín, apasionada, en un arrebato de pasión conmovedor. Siempre «húmedo sobre húmedo» con empastes que ya no se pueden corregir. Pero añade un recurso poco habitual en él, propio del cloisonismo: siluetea la figura de la madre para recortarla del cielo, así como las manos de Jesús.

Destaca especialmente el tratamiento de las manos, único en toda su pintura. Vincent trata de representar en ellas el dolor, de todas las madres.

Escribe a Theo describiéndole la pintura: «En la entrada de la cueva está tendido, con las manos hacia adelante… el rostro en la sombra, la pálida cabeza de ella se recorta claramente contra una nube«.

Esta «Mater dolorosa» es un lienzo de 73 x 60,5 cm que se conserva en el Museo Van Gogh de Ámsterdam.
Poco después pintó una segunda versión para regalársela a su hermana Willemien, un óleo más pequeño y apagado, que se conserva en el Museo Vaticano.

Se especula acerca de si Vincent se autorretrata como Jesús, pero donde existe una semejanza evidente es en el rostro de la virgen… con su madre Anna.

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La Pietà de Delacroix

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