Van Gogh pintó el cielo estrellado por primera vez en «Terraza de café por la noche» (Arlés, septiembre de 1888).
Óleo sobre lienzo, 81 x 65´5 cm. Museo Kröller Müller, Otterlo, Países Bajos.
Es un cielo sereno, brillante, acotado, la primera aproximación a la abierta y omnipresente «Noche estrellada sobre el Ródano» y lejos todavía de los temperamentales remolinos emocionales de la «La Noche estrellada» de 1889 .
Para Vincent era una época de entusiasmo y muy inspirada: esperaba la llegada de Gauguin y albergaba el propósito de crear una hermandad de pintores con objetivos artísticos comunes que pasara a la posteridad.
Utilizó para este cielo las mismas pinceladas perpendiculares que empleó una mes antes en los fondos de los Girasoles pintados en Arlés.
Iluminó la terraza con el poderoso amarillo de cromo, con el que tanto se identificaba. Este amarillo era el espíritu mismo de Vincent, que había encontrado en la Provenza y que nacía de su interior, pues la iluminación del farol de gas probablemente era tenue. Azul y amarillo… La visión de un espectador relajado con la vehemencia de la paleta de Van Gogh:
«La noche es más viva y más ricamente coloreada que el día» escribió a su hermana aquel mismo septiembre.
Fíjense en la profunda perspectiva que enmarca al cielo. Es poco habitual en Vincent y la acentúa situando las figuras al fondo de la terraza. A primera vista es un cuadro difícil para el ojo. En primer plano el azul violeta de la puerta y el gran espacio amarillo, vacío. La composición parece un puzle de formas irregulares con grandes contrastes.
Y es la silueta del cielo enmarcado, ese cielo vivo, de estrellas efervescentes, íntimo y profundo, sublime, la que da coherencia al todo.
Sólo entonces descubrimos en la disposición de las mesas vacías la forma invertida del cielo azul.
Ahí radica el embrujo de la mirada de Van Gogh: pintando húmedo sobre húmedo, la obra se completa en una sola sesión con enérgicos empastes que no se pueden corregir. Vincent fue capaz de captar la magia del momento y trasladarla al lienzo, olvidando apuntes previos y esbozos, en un sortilegio de presente absoluto que se contagia al espectador.
«Noche estrellada sobre el Ródano«, también pintada en septiembre de 1888, pero posterior, Museo de Orsay, París.
«La noche estrellada«, 1889, MoMA, NY. Pintada desde la ventana de su habitación en el asilo en Saint-Rémy-de-Provence, orientada al este, justo antes del amanecer.
El «Café Terrace» todavía existe, en el centro de Arlés, rebautizado, claro, como «Café Van Gogh».
En la misma época
Vincent acababa de pintar (agosto de 1888) las cuatro grandes versiones de los Girasoles.
(Les sugerimos, si les apetece, nuestro ya célebre «Los Girasoles de Van Gogh, como nunca se los habían explicado«)
«Café por la noche, Place Lamartine, Arles«, Galería de Arte de la Universidad Yale, New Haven, Connecticut.
Van Gogh lo pinta como un tugurio de vagabundos. Es un tiempo en que ha dejado de beber y coge conciencia de los problemas que el alcohol le acarrea, así que la idea de pasar la noche sentado bebiendo le produce rechazo. La paleta de color es asombrosa, » Hay 6 o 7 rojos diferentes en este lienzo, desde el rojo sangre hasta el rosa delicado, contrastando con otros tantos verdes pálidos o profundos» escribe a su hermana.
«Autorretrato dedicado a Paul Gauguin» Museo Fogg de Cambridge, Massachusetts.
Vincent escribe a su hermana «parezco un japonés».
Ambos artistas habían acordado un intercambio de autorretratos antes de encontrarse en Arlés y Gauguin ya le había enviado el suyo (añadió la figura de Émile Bernard y lo subtituló -siempre socarrón- «Les Misérables» en referencia a la novela de Victor Hugo: los artistas rechazados por la sociedad.
El pensamiento de Vincent
En aquel septiembre de 1888 escribió dos cartas a su hermana Guillermina. Les acompaño algunos extractos:
«En este momento quiero pintar un cielo estrellado. A menudo me parece que la noche es aún más ricamente coloreada que el día; teniendo tonalidades de los más intensos violetas, azules y verdes. Si sólo le prestas atención verás que ciertas estrellas son de color amarillo limón, otras rosas o con un brillo verde, azul y nomeolvides.
Y sin extenderme sobre este tema es obvio que poner puntitos blancos sobre el negro azulado no es suficiente para pintar un cielo estrellado.
De hecho, estos días estoy centrado en una nueva escena que representa el exterior de un café por la noche. En la terraza están las diminutas figuras de bebedores. Un inmenso farol amarillo ilumina la terraza, la fachada y la acera, e incluso proyecta su luz sobre el pavimento de las calles, que toma un tono violeta rosado. Las fachadas de las casas (azul oscuro o violeta) se extienden bajo un cielo azul salpicado de estrellas.
Una escena nocturna sin negro, hecha con nada más que hermosos azules, violetas, verdes y amarillo limón.
Me divierte enormemente pintar la noche justo en el momento. Solía dibujar y pintar el cuadro durante el día, después del boceto. Pero encuentro satisfacción en pintar la cosa inmediatamente. Por supuesto, es cierto que en la oscuridad puedo confundir un azul con un verde, un azul-lila con un rosa-lila, porque no se puede distinguir muy bien la calidad de un tono.
Pero es la única forma de deshacerse de las escenas nocturnas convencionales con su pobre luz cetrina blanquecina, cuando incluso una simple vela nos brinda los más ricos tintes amarillos y anaranjados.
Cuanto más feo, viejo, mezquino, enfermo y pobre me vuelvo, más quiero vengarme produciendo un color brillante, bien trabajado, resplandeciente. Disponer los colores de un cuadro para hacerlos vibrar y realzar su valor por sus contrastes es algo así como disponer adecuadamente las joyas o diseñar trajes».
Y finaliza:
«Theo me escribió que te había dado estampas japonesas. Esta es seguramente la mejor forma práctica de llegar a comprender la dirección que ha tomado la pintura en la actualidad, con colores claros y brillantes…
Mi querida hermana, creo que en realidad es el deber de uno pintar los aspectos ricos y magníficos de la naturaleza. Necesitamos alegría y felicidad, esperanza y amor».
Créditos: Texto revisado y corregido por Pedro Riera.
Premio Edebé de literatura juvenil, con quién publicó la ya célebre trilogía «Hombre lobo«.
Su obra más reciente es el libro-cómic «Intisar en el exilio» el retrato de una mujer moderna yemení, Ed. Astiberri.